viernes, 27 de febrero de 2009

MACHINE GUN (versiones-vivo)

calentando motores... escuchemos-pensemos-hagamos-humildemente-eduquemos-minimamente-eficientemente-tolerantemente-sensillamente-grandilocuente-mente-ejemplifiquemos-ayudemos-seamos-maximamente-magnánimamente.



MACHINEGUN - LIVE GURTENFESTIVAL 2001

miércoles, 25 de febrero de 2009

EL CAMINANTE VI

Asombrar con gestos amorosos a una persona que nos rechaza es, ante todo, una grosería.
Así como el que confiesa sus secretos íntimos al compañero de asiento, como el que hace regalos demasiados caros, me postulé ante María. Ella, cuando se aseguró de mi completa obsesión, me despidió irrevocablemente.
Una vez cumplidas todas las maniobras de la indignidad, me encargue de manipular las cenizas de aquella historia para que parecieran restos de un gran amor.
Inventé un tiempo de plenitud que nunca existió. Me obligué a suponer que María me amaba pero se resistía a admitirlo, en virtud de vaya a saber que jarabes psicológicos. Se me puso en la cabeza que era buena. Puse en plural sensaciones que fueron solamente mías.
Una madrugada de octubre, volví a encontrarme con Dorkas. Marchaba, cosa infrecuente, con paso fatigado. Me dio la mano a la pasada.
- Gusto en verlo - le dije - Veo que sigue tan hechizado como siempre.
En silencio fue hasta la esquina y volvió.
- No crea. Me parece que ya cumplí los cinco encargos de los Brujos de Chiclana. El licor, la entrada del infierno, la cigarrera. el enamorado.....
- ¡ Objeción ! - le grite - Yo estoy enamorado, pero no de la Bruja, sino de María.
- Todas las mujeres que lo rechazan a uno son La Bruja.
- Usted llegó a sugerir que María es el diablo.
- Todas las mujeres que lo rechazan a uno son el diablo.
- Usted parece pensar que toda frase sonora es verdadera. Además, si no calculo mal, le falta estrechar la mano de Manuel Mandeb.
- Acabo de hacerlo - dijo Dorkas - Usted no me engaña. En este barrio todos conocen las historias de Mandeb, pero nadie lo ha visto jamás. Usted es Manuel Mandeb. Usted es Jorge Allen. Usted es Salzman y Castagnino. Usted quisiera ser filósofo, ser poeta, ser músico, ser jugador, pero apenas si se atreve a contar historias, dándose aires de no creerlas del todo.
- Esa es otra de sus alegorías. Claro que en cierto modo soy Mandeb como en cierto modo soy la emperatriz de Bizancio. Pero, según se ve, los brujos de Chiclana no se contentan con metáforas. Usted no cumplió.
- Le aseguro que cumplí.
- Y entonces, si ya rompió el hechizo, ¿ por qué no se detiene ?
Dorkas empezó a pisar más fuerte que nunca.
- Hay algo que usted debe saber: todos estamos condenados a un hechizo cósmico. El universo es irremediablemente fugitivo. Nadie puede detenerse. Salvo que usted sea tan estúpido como para creer que detenerse es esto.
Y se plantó, firme como una estatua, delante de mí.

martes, 24 de febrero de 2009

FUNES EL MEMORIOSO

Los q debaten sobre los beneficios del recuerdo eterno, un caso extremo para ilustrar esa posicion y un respiro para los dichosos olvidadizos, distraidos y vagabundos del tiempo. Cuidado con las percepciones q nos dan la posibilidad de interminables charlas sobre sucesos exactamente iguales y hasta vividos simultáneamente y nos sirven como entrenamiento mental. Ya se daran cuenta cual es mi posicion en esta cuestion pero veamos de la mano del gran Borges q camiseta agarran Uds.

FUNES EL MEMORIOSO

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887...
Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: "Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto.
Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio.
El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo xxiv del libro vii de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.
Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo xvii, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce,más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.
Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

lunes, 23 de febrero de 2009

EL CAMINANTE V

Recién en el otoño volví a ver a la mujer de la calle Bogotá. Salía al caer la noche y yo caminaba a su lado trenzando frases ingeniosas hasta que ella me pedía explícitamente que la dejara en paz. Por fin, al cabo de largas semanas de humillación, conseguí que se sentara conmigo en un banco de la estación de Flores. Supe su nombre: María. Casi no me dijo otra cosa. Me escucho distraídamente durante algunos minutos y después se fue.
A partir de entonces mi guardia frente a la casa se hizo perpetua. La acechaba sin disimulo. Gracias a mi pertinencia pude lograr que aceptara modestas invitaciones. Al menos una vez por semana, nos sentábamos a conversar.
Ella advirtió inmediatamente que tenía poder sobre mí. Y encontró solaz ejerciéndolo.
Solía indagar con fervor la naturaleza de mis sentimientos, empujándome a la confesión. Fingía dudar de mi sinceridad y me obligaba a la promesa y al juramento. Entonces, cuando yo esperaba la revelación de su amor, cuando yo creía que iba a besarme me hablaba de otros hombres o de asuntos sin importancia o se iba.
En mi estupidez, insistía en hacer ostensible mi desesperación. Me le mostraba tétrico, vencido. Coqueteaba con mi desdicha y lucía ese ingenio resentido de los que creen que su fracaso es injusto.
Cuando María calculaba que mis fuerzas se iban agotando, encendía mi esperanza con mínimas señales de afecto. El sólo roce de su mano me ilusionaba de un modo vergonzoso. Los pocos amigos que aún me quedaban debían soportar tediosos informes sobre el asunto.
Una tarde de invierno yo vigilaba bajo la lluvia. Hacia semanas que no veía a María. Estaba sucio y mal dormido. Temblando de frío, murmuraba, a modo de ensayo, unos reproches siniestros que venía preparando. Tamas Dorkas llegó gambeteando baldosas flojas.
- Ya está. El cuarto milagro está cumplido. Encontré a un hombre que ama a la hechicera más que yo.
- ¿ Y quién es ese estúpido?
- Usted.

viernes, 20 de febrero de 2009

WOODSTOCK 69

Imagenes del festival Woodstock de 1969 y una pequeña reseña:

Woodstock ha sido el mayor festival de música y arte de la historia, se celebró en el poblado de Bethel, New York, entre el 15 y el 18 de agosto de 1969, congregó a unos 400.000 espectadores, 340.000 más de los que esperaba la organización, y se estima que 250.000 no pudieron llegar. La magnitud del festival es impresionante para la época, basta decir que el mayor festival nacional en la actualidad, el FIB Heineken, congrega cada año a unos 50.000 espectadores en Benicassim.
Woodstock es el icono de una generación, los miles de jóvenes que asistieron hicieron realidad sus ideales de paz y amor libre, mostrando su rechazo al sistema. Los chicos llevaban melena y amuletos, las chicas faldas de colores. Durante el festival se vivieron intensas noches de sexo, drogas y rock and roll.
Los asistentes fueron la confirmación de un movimiento que cambió una sociedad norteamericana hastiada de las guerras, que pregonaba la paz y el amor como forma de vida, un movimiento llamado de forma despectiva Hippie (que es una variante de hipster, "el que siempre quiere estar al paso de las últimas tendencias") Los asistentes fueron los verdaderos exponentes del "Flower Power". Una tendencia que aún hoy es vivida por muchos jóvenes y adultos.
El Festival congregó grandes artistas de la época y confirmó a algunos desconocidos que en poco tiempo se convirtieron en verdaderas estrellas como es el caso de Joe Cocker y Santana. Los grandes conciertos del festival estuvieron protagonizados por The Who, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Bob Dylan y Blood, entre muchos más grupos y artistas. Un año más tarde morían de sobredosis de heroína los mitos Hendrix y Joplin, por lo que el Woodstock fue el último gran concierto de estos artistas.


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FRIDAY IM IN LOVE

perdon por la intro del video pero fue el q mas me gusto...



Friday I'm in love
i don't care if monday's blue
tuesday's grey and wednesday too
thursday i don't care about you
it's friday i'm in love

monday you can fall apart
tuesday wednesday break my heart
thursday doesn't even start
it's friday i'm in love

saturday wait
and sunday always comes too late
but friday never hesitate...

i don't care if monday's back
tuesday wednesday heart attack
thursday never looking back
it's friday i'm in love

monday you can hold your head
tuesday wednesday stay in bed
or thursday watch the walls instead
it's friday i'm in love

saturday wait
and sunday always comes too late
but friday never hesitate...

dressed up to the eyes
it's a wonderful surprise
to see your shoes and your spirits rise
throwing out your frown
and just smiling at the sound
and as sleek as a shriek
spinning round and round
always take a big bite
it's such a gorgeous sight
to see you in the middle of the night
you can never get enough
enough of this stuff
it's friday
i'm in love

jueves, 19 de febrero de 2009

LAS LINEAS DE LA MANO

A quien hace ya mucho pero no suficiente tiempo, me hablo de las lineas de la mano...

De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha
de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea
continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que
reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada
en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la
cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del
tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús
estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de
nylon cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las
aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es
difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de
turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase,
salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre
triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del
pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último
esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante
empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.

miércoles, 18 de febrero de 2009

EL CAMINANTE IV

Durante varios meses no tuve noticias del caminante. Todas las noches me daba una vuelta por la casa de la calle Bogotá, con la esperanza de cruzarme con aquella mujer que, según Dorkas, era el diablo. No pude volver a verla. Pero sí vi salir a muchos hombres. Calculé que serían demonios, ya que los réprobos no pueden ausentarse del infierno a su capricho. Parando la oreja, me pareció escuchar lamentos y quejas de los condenados que seguramente ardían en las habitaciones del fondo. Debo confesar que estaba obsesionado con aquella hembra. No podía pensar en otra cosa. Mis amigos me evitaban. Había dejado mi trabajo. Me había enamorado del modo más ruin. Una noche de carnaval. Busqué distraerme con una pechugona que conocí en la plaza. Mientras la inspeccionaba distraídamente en un portón, oí a mis espaldas la voz del caminante perpetuo.

- Alegría, alegría - gritó y me mojó con un pomo. Estaba disfrazado de El Zorro. La casaca le había quedado mal abotonada y fuera del pantalón, como fatalmente ocurre cuando uno se viste caminando. - Gusto en verlo, Dorkas. Le presento a mi amiga. La pechugona sonrió mientras se acomodaba la ropa. El hombre estableció una órbita alrededor de un árbol. - Mire lo que tengo. Sacó del bolsillo una cigarrera. - Este objeto, señor mío, permite a su poseedor alzarse con el amor de todas las damas. - ¿ De todas ? Me esforcé en argumentar que no era deseable ser amado por la totalidad de las señoras. Sino más bien por aquellas que uno mismo eligiese. Pero Dorkas me cortó en seco. - No piense que usaré la cigarrera para expandir mi serrallo. Usted bien sabe que sólo pretendo romper el hechizo de la bruja. - ¿ Cómo la consiguió ? - En la calle Condarco, por supuesto. - Sea prudente Dorkas, Este barrio esta lleno de charlatanes y de falsos hechiceros que se aprovechan de las personas demasiado crédulas. ¿ Cómo sabe que esa cigarrera es mágica ? - No lo sé. Tan sólo lo deseo. Dio media vuelta y marchó a paso vivo por el empedrado. Yo me dispuse a reanudar mis caricias callejeras, pero la pechugona, sin saludar siquiera, corrió tras de Dorkas, lo tomó del brazo y me abandonó para siempre.

STRAWBERRY FIELDS FOREVER



Strawberry fields forever
Let me take you down,
'cause I'm going to Strawberry Fields.
Nothing is real and nothing to get hungabout.
Strawberry Fields forever.

Living is easy with eyes closed,
misunderstanding all you see.
It's getting hard to be someone
but it all works out,
it doesn't matter much to me.

Let me take you down,
'cause I'm going to Strawberry Fields.
Nothing is real and nothing to get hungabout.
Strawberry Fields forever.

No one I think is in my tree,
I mean it must be high or low.
That is you can't
you know tune in but it's all right,
that is I think
it's not too bad.

Let me take you down,
'cause I'm going to Strawberry Fields.
Nothing is real and nothing to get hungabout.
Strawberry Fields forever.

Always, no sometimes,
think it's me, but you know I know
When it's a dream.
I think I know I mean a 'Yes'
but it's all wrong, that is I think
I disagree.

Let me take you down,
'cause I'm going to Strawberry Fields.
Nothing is real and nothing to get hungabout.
Strawberry Fields forever.
Strawberry Fields forever.

lunes, 16 de febrero de 2009

EL CAMINANTE III

Acompáñeme, amigo. Creo que estoy en condiciones de mostrarle una de las entradas del infierno. Yo estaba de mal humor, como casi siempre en aquel tiempo.
- La ingenuidad cósmica es insoportable, Dorkas. Para usted, cualquier jarabe es licor del recuerdo, cualquier cigarrera es mágica, cualquier agujero en el piso es la entrada del infierno. No se engañe. No hay milagros.
Dorkas empezó a caminar a mis espaldas tal vez para argumentar mejor.
- Me extraña que un hombre como usted no comprenda que los milagros se cumplen de un modo misterioso, poético, simbólico. Quien no tenga fe poética, nunca verá un milagro, ni aunque se lo hagan delante de las narices.
- Salga de ahí con las alegorías. Uno quiere ser inmortal y tratan de contentarlo con el recuerdo que dejará en los otros. Uno quiere volar y le hablan de pensamientos espirituales. Uno quiere conversar con los muertos y debe conformarse soñando con su abuelo.
- Venga conmigo y verá un prodigio contante y sonante. Con un trote que no admitía réplica, me paseó por todo el barrio. Cada tanto se daba vuelta y trataba de apurarme con voces de aliento.
- Vamos, vamos. Si no me falla el cálculo, las puertas del tártaro están por abrirse. Pasamos frente a una casa pardusca en la calle Bogotá
- Es aquí. Esperemos.
Yo me senté en el cordón de la vereda de enfrente. Dorkas empezó a caminar de esquina a esquina. Pasaron horas. Cerca de las dos de la madrugada, la puerta se abrió y apareció una mujer alta, vestida de negro. Dorkas se me acerco al galope.
- Tenga mucho cuidado.....
- Es solamente una mina.
- Si tiene valor, mírela de cerca.
Cruce la calle. La mujer ya caminaba hacia el norte. Me puse a su lado. Ella se detuvo bruscamente y me miró. Era el diablo.

viernes, 13 de febrero de 2009

EL PERSEGUIDOR (Audio de Julio Cortázar)

Alguien me dijo en París que Él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos a los dominios del corazón..."

(Gabriel García Márquez, El País de Madrid, 22 de febrero de 1984)



miércoles, 11 de febrero de 2009

SOMEBODY KILL ME

simplemente genial! jaja

ELCAMINANTE II

La segunda vez que me encontré con Dorkas, ya era invierno. Me pareció que caminaba más ligero que antes. Llevaba en la mano una botellita verde.
- Salud, amigo... ¿ Quiere un traguito?
- ¿ Ginebra?-
- Licor del recuerdo, caballero. Mójese los labios y el pasado estará con usted.
- Gracias. Pero creo que no lo necesito. El pasado siempre está conmigo.
Empezó a correr hacia atrás como un loco, mientras me gritaba: El universo tiende al olvido. La memoria es apenas una resistencia efímera. La vida es una resistencia efímera. Beba conmigo. Volvió a los saltos y me ofreció la botella. No tuve más remedio que apurar un sorbo.
- ¿ Y ? ¿ Recuerda algo?
- Yo siempre recuerdo lo mismo, Dorkas.
- Usted me ayudó a hacer el primer milagro, que es el más difícil. En verdad es el único milagro. Una vez que uno camina sobre las aguas, ya nada resulta imposible.
- ¿ Por qué dice que yo lo ayudé ?
- No me haga explicar dos veces la misma cosa. Galopó hacia el norte y se perdió en la noche.

martes, 10 de febrero de 2009

TACTICA Y ESTATEGIA DE LA ESCONDIDA

Con los primeros calores de la primavera que mejor q rememorar aquellos rincones oscuros y reconditos q inevitablemente nos daban ganas de haces pis. Recordemos las formas de hacer la china, de adivinar donde estaba la piedrita (personalmente era el mejor con la tecnica de golpear las manos y escuchar donde estaba la piedra). Y quien dice q no estamos jugando ya a una escondida, donde nadie sabe quien la cuenta, donde creemos encontrar al ultimo, a la persona indicada pero te gritan " sangre!!! ", donde cada vez hay mas ganas de contarla q de esconderse... Pero en fin, todos saben donde encontrarme para jugar una escondida q no sea tan efimera.

Táctica y estrategia de "La Escondida"

No se sabe muy bien cuáles eran los verdaderos fines de la Sociedad Amigos de la Escondida. En cambio está claro que tales fines no se cumplieron. Sin embargo, hace ya algunos años, la identidad solventó la edición de un pequeño folleto titulado Reglamentos, tácticas y estrategia del juego de la escondida. En su momento, el trabajo despertó agudas controversias. Hoy que los ánimos están amansados hemos querido exponer el asunto ante nuestros lectores, quienes seguramente ignoran la mayor parte de los detalles de este juego en vías de extinción.

Capítulo l: Del número de los jugadores Puede jugar a la escondida un número cualquiera de jugadores, el mínimo es uno. Cabe señalar que en este caso el juego es especialmente aburrido: el único jugador se busca a sí mismo – lo que es aun más tedioso – busca a otros inexistentes jugadores hasta que se desalienta y abandona. Con dos participantes se gana un poco de acción y puede decirse que el clima ideal se logra cuando intervienen más de seis y menos de veinte personas. Asimismo cabe advertir que resulta sumamente engorroso desarrollar el juego con más de ochenta jugadores. Los buscadores equivocan los nombres de quienes se ocultan y con toda frecuencia se ven obligados a llevar un registro escrito en el que constan las personas que ya han sido descubiertas y las que aún permanecen en lugares desconocidos. Por otra parte, es fácil razonar que cuando mayor es el número de jugadores, más trabajoso será hallar escondites vacantes, con el consiguiente deslucimiento del juego.

Capítulo II: El lugar donde se juega La escondida puede practicarse tanto en lugares abiertos como recintos cerrados. Siempre es preferible elegir horarios nocturnos, pues las tinieblas suelen mejorar la calidad de los escondrijos. Así, cuando se juegue en casas o departamentos, convendrá atenuar las luces. Aquí se hace indispensable una aclaración fundamental: es necesario que antes de comenzar el juego se fijen expresamente los límites geográficos de su extensión. Fuera de ellos estará prohibido esconderse. Alguno heresiarcas pasan por alto esta acotación y nos hallamos entonces ante un juego cuyo marco es el mundo entero. Es así como muchos jugadores se esconden en barrios alejados y aun en otras provincias, retrasando el desenlace de la competencia hasta el punto de arruinarla por completo. Nota: el folleto no menciona la interesante opinión de Manuel Mandeb, quien creyó entender que la escondida era un juego sin límites. Para el pensador árabe la escondida perfecta debía ser jugada por toda la estirpe humana, su escenario era el universo y su duración la eternidad. Así, el propósito final de la Historia puede consistir en el nacimiento de un futuro Elegido, que se encargará de librar para todos los compañeros en un acto que marcaría el fin de los tiempos.

Capítulo III: Finalización del juego La escondida no tiene ganadores ni perdedores. Por eso la finalización del juego debe fijarse en forma arbitraria, pero manifiesta. Muchas veces los jugadores abandonan la competencia sin avisar a nadie y muchos participantes tenaces permanecen ocultos durante horas, sin que nadie se moleste en buscarlos. Los miembros de esta Sociedad conocen perfectamente algunos casos célebres de obstinación. Vale la pena mencionar la gesta del joven Luis C. Cattaldi, que permaneció catorce meses en el quicio de una puerta de la calle Morón, cogoteando sigilosamente en dirección a la Piedra. Los habitantes de la casa solían llevárselo por delante cuando salían y – a veces – le acercaban algún alimento. Finalmente Cattaldi regresó a su domicilio, gracias a los consejos de una comisión de esta misma Sociedad.

Capítulo IV: Desarrollo del juego La idea fundamental de la escondida es que todos los jugadores se oculten, con la excepción de uno, que será el encargado de encontrar al resto. Para dar tiempo a la elección del escondite y a la correcta instalación de cada uno en el suyo, el buscador esconderá el rostro contra la pared, como si llorara, y permanecerá en esta posición durante algunos segundos. La medición de este lapso, la efectuará el propio buscador recitando la serie de número naturales en voz alta, hasta llegar a una cifra convenida con antelación (por ejemplo 50). Acto seguido, a modo de advertencia, deberá declamar algún pareado revelador. El más usual es ”Punto y coma, el que no se escondió se embroma”.El lugar donde el buscador realiza este ritual se conoce con el nombre de “Piedra”. Inmediatamente comienza la parte más divertida. El buscador recorre el campo de juego y revisa los lugares en donde sospecha que hay alguien. Cuando descubre a algún jugador oculto sale corriendo en dirección a la Piedra, la toca y grita “Piedra libre para Fulano”. Siempre deberá referirse a la persona descubierta de un modo tal que su identidad quede fuera de toda duda. Este punto es muy importante, como ya veremos en otro capítulo. A su turno, el jugador descubierto puede abandonar su refugio y correr hacia la Piedra tratando de tocarla antes que el buscador. Si lo consigue, será el quien grite “Piedra libre” y a los efectos del juego se reputará que no ha sido hallado. Por otra parte, todos los jugadores pueden abandonar su escondite y llegarse hasta la Piedra, aun cuando no hayan sido descubiertos. Pero si el buscador los sorprende en su excursión y se les adelanta en la carrera hacia la Piedra, se les considerará encontrados. El primero de los jugadores que pierda la carrera hacia la Piedra recibirá – como castigo – la obligación de contar en el lance siguiente. Sin embargo, hay un recurso extremo: el último de los jugadores que permanezca escondido puede aventajar al buscador y gritar “Piedra libre para todos mis compañeros”. Cuando esto ocurre, el buscador deberá contar nuevamente. Desde luego, ya puede colegirse que el participante capaz de culminar exitosamente esta jugada recibirá la admiración y el respeto de todos.

Capítulo V: Distintas tácticas Existen buscadores conservadores y buscadores audaces. Los primeros no se alejan jamás de la Piedra. Tratan, por lo general, de esperar que alguien cometa un error o trate de cambiar de escondite. Esta raza conspira contra la calidad del juego. En cambio el buscador audaz abandona las inmediaciones de la Piedra y marcha hacia los confines del campo. Se trepa a los árboles, ingresa a los armarios y rastrea minuciosamente los yuyales. Claro, siempre corre el riesgo de ser sorprendido por los jugadores que se han ocultado en la zona opuesta. Pero el juego se torna vivaz y lleno de matices. Abundan las carreras, los rodeos y las sorpresas. Existen también los jugadores zorros, que amagan dirigirse a la derecha para tentar a quienes se esconden por la izquierda. En cierto momento, salen disparados hacia el otro sector y así es como sorprenden a muchos jugadores novatos que abandonan prematuramente su refugio. Entre los que se esconden, también hay distintas escuelas. Algunos prefieren los escondites sencillos pero de fácil salida, como los umbrales de las puertas. Otros los eligen complicados y de salida engorrosa: la copa de los árboles, el fondo del canasto de la ropa, etc. Hay también quienes van rotando su escondite y cambian de posición mientras observan los movimientos del buscador. Los mejores son los exquisitos, que inventan guaridas que sólo ellos conocen y no las revelan jamás. Esta clase de jugadores es la más temida por los que cuentan, pues muy a menudo libran para todos los compañeros. Sin embargo, el escondite no debe ser nunca impenetrable. A decir verdad, el escondite perfecto termina el juego. En 1959, en una escondida que se realizó en Villa del Parque, el abogado Gerardo Joseph se escondió de un modo tan eficaz, que nunca más fue visto en ninguna parte. Todavía hoy muchos de sus amigos recorren la barriada gritándole que salga. Un existoso cuento de Edgar Allan Poe insinúa que el mejor escondite es aquél que está a la vista de todos. En esa narración, todo el mundo busca infructuosamente una carta que en realidad había permanecido siempre a la vista. Esta teoría podrá ser buena para los cuentos policiales, pero no sirve en la escondida. Infinidad de jugadores han pretendido pasarse de vivos parándose a un metro de la Piedra con cara de disimulo. El resultado siempre es el mismo: el buscador mira extrañado y luego, casi con estupor, murmura: “Piedra libre para el Pololo, que está ahí parado”.

Capítulo VI: Infracciones, errores y malentendidos Puede ocurrir que el buscador descubra a un jugador oculto, pero equivoca su identidad. Esto es muy frecuente en los juegos nocturnos. ¡Cuántas veces se grita “Piedra libre para la Amanda”, después de haber visto a Julián!El reglamento le permite a Julián denunciar el error al grito de ¡Sangre! Esta expresión debe traducirse como ¡Reclamo! o, mejor aun, ¡Objeción! Si la gestión prospera y se comprueba la equivocación, el buscador deberá contar nuevamente. El mismo recurso podrá imponerse cuando se sospeche que el buscador espía o cuando se produce algún hecho exterior que dificulta la normal prosecución del juego. (Por ejemplo, hay una grave lesión de uno de los jugadores o la súbita llegada de un tío al que hay que saludar)

Capítulo VII: Escondites individuales y colectivos Muchos deportistas prefieren esconderse solos. Otros, en cambio, se complacen en compartir su refugio, particularmente con personas del sexo opuesto. Esta última variante es muy bien vista en los círculos elegantes y constituye una excelente oportunidad para acrisolar amistades y hasta para sellar romances. Lo más apropiado es elegir un escondite alejado de la Piedra. El lugar debe ser pequeño para lograr un proximidad alentadora, oscuro para invitar a la confidencia y hermético para evitar ser sorprendidos. Manuel Mandeb refiere una experiencia personal en su libro Mis amores frustrados. Veamos: “En tres años de jugar a la escondida, jamás había tenido la ocasión de compartir un lugar con Beatriz Velarde. Siempre había alguien que se adelantaba. Al parecer, Beatriz tenía comprometidos sus escondites por varios años. Una noche de primavera, en el callejón de la Estación Flores, mientras contaba el ruso Salzman, vi que Beatriz entraba solita a la casa amarilla y abandonada que hay en una esquina. Piqué tras ella y alcanzamos a acomodarnos debajo de un fogón en ruinas. Estaba muy oscuro y alcancé a notar su aliento de chiclets Adams. Los arrabales de su pelo saludaban mi boca. - Te quiero – le dije suavemente. - Decímelo mejor – contestó Beatriz Velarde. Empecé a pensar algo ingenioso, cuando entró el ruso Salzman y brutalmente señaló el final de mi romance. - Piedra libre para el turco y Beatriz – . - Sangre, sangre – grité yo y era cierto, aunque no me lo creyeron. Nunca más volví a estar a solas con Beatriz y aquella fue la última vez que jugué a la escondida.”

El folleto de la Sociedad Amigos de la Escondida tiene algunos otros capítulos de menor interés: la ropa más conveniente, uso y abuso de los ligustros, aprovechamiento de carros en marcha, ocultamiento en medio de un familión en tránsito, etc. En estos días en que la Sociedad ya se ha disuelto y los chicos prefieren otros entretenimientos más científicos, no está de más recomendar calurosamente la práctica de la escondida. Este humilde escriba hace mucho tiempo que no encuentra ocasión de mostrar su destreza en tan apasionante disciplina. Si algún lector piadoso desea invitarme a jugar, acepto complacido. Aunque me parece que ya es demasiado tarde.

viernes, 6 de febrero de 2009

ENTRE DOS AGUAS

EL CAMINANTE I

Cualquier dictamen sobre la persona de Tamas Dorkas es necesariamente apresurado. Puedo garantizar, eso sí, su calvicie y su estatura exigua.La primera vez que lo vi, fue en la calle Bacacay. Por comodidad literaria, podría mentir que andaba yo sin rumbo fijo. La verdad es que -como casi siempre- dudaba entre algunos rumbos posibles.Dorkas apareció a mis espaldas e hizo oír su voz chillona.-Tenga cuidado, amigo. Este barrio está lleno de brujas. No le conviene caminar cerca de las paredes.Mientras hablaba, se movía a mi alrededor con paso gimnástico.-Yo si fuera usted, buscaría la luz de la avenida. Aquí suceden cosas muy extrañas.Después de esta frase, ensayó una carrerita y me sacó como cuarenta metros de ventaja.Yo apuré el paso y, tal vez por cortesía, le grité :- Espere... Si quiere decirme algo, dígamelo del todo... Deténgase, por favor.- Ese es el punto... no puedo detenerme. Y no es una metáfora. ,Quiero decir que me resulta enteramente imposible dejar de caminar.El hombre se creyó en el caso de ilustrar sus palabras con movimientos ostensibles.Empezó a trotar en zig-zag, mientras reclamaba con miradas insistentes un gesto de comprensión.- Pero, ¿por qué no puede detenerse?- Si me hace el favor de acompañarme un rato, se lo explicaré.Doblamos por Artigas hacia el norte. Tuve la sensación de que Dorkas usaba su paso como recurso expresivo. Marchaba más lentamente en los silencios. Enfatizaba pisando fuerte. Cuando no encontraba una palabra, su andar se hacía sinuoso. Y si trataba de recordar algún detalle olvidada directamente retrocedía.Me llamo Tamas Dorkas y vivo en todas partes. Así como me ve, yo he sido un gran seductor. He tenido muchas mujeres, no es por presumir. Las amaba por un tiempito y después las abandonaba. Trataba de lograr que se enamoraran mi y cuando estaba seguro de ello, desaparecía.Dorkas subrayaba la inconstancia de sus amores subiendo y bajando del cordón de la vereda.- Pero un día, tuve la desgracia de encontrarme con La Bruja. Por si usted no lo sabe, se trata de la mujer más hermosa del mundo. En verdad, ella también disfrutaba provocando amores desgraciados. Yo me enamoré vergonzosamente. Era capaz de cumplir las comisiones más indignas, con tal de complacerla. Una noche me comunicó su decisión de abandonarme en los términos más crudos. Entonces me desesperé. Me arrastré como un gusano. Imploré supliqué. Y luego me ejercité en el reproche minucioso. La Bruja resolvió castigar mi estupidez: me hechizó. Me hechizó del modo espantoso que usted puede ver. Estoy condenado a caminar perpetuamente.No puede evitar algunas indagaciones burguesas.- Disculpe, señor Dorkas. Pero... ¿cómo hace usted para vivir al trote? Hay ciertas cosas...- Si, ya sé. Todos preguntan lo mismo. Uno se acostumbra. No quiero escandalizarlo con detalles: puedo decirle que me las arreglo bastante bien. Por ejemplo, puedo dormir caminando. Lo malo es que a veces me despierto en lugares totalmente desconocidos.- ¿Y no hay ninguna forma de romper el hechizo?Claro que sí. Los Brujos de Chiclana me han dicho que para liberarme, debo encontrar cinco cosas. Desde luego, se trata de hallazgos casi imposibles.- A ver.Primero: una copa del licor del recuerdo...Segundo: localizar una de las entradas del infierno...Tercero: conseguir la cigarrera de níquel que garantiza el amor de las mujeres...Cuarto: encontrar a alguien que ame a la bruja más que yo...Quinto: estrechar la mano de Manuel Mandeb.- Creo que los Brujos de Chiclana se han burlado de usted. Jamás podrá cumplir.Y ahora si me permite, su conversación es muy interesante, pero estoy empezando a cansarme.No se preocupe, estoy acostumbrado. Siempre sucede lo mismo. Ya nos encontraremos: algo me dice que usted va a ayudarme.- ¿ Qué le hace pensar tal cosa?Dorkas empezó a explicármelo. Pero la esperanza le aceleraba el paso y ya no pude seguirlo. Me senté en un umbral y dejé que se fuera hablando solo.