lunes, 28 de junio de 2010

EL BALLET EN EL BARRIO DE FLORES

Uno mas del negro Dolina que habita en "Cronicas del Angel Gris". No les voy a referir mucho acerca del cuento puesto que simplemente me gusto para ilustrar una linda charla.

Para los que gustan del arte y los que creen no ser parte de ese mundo, solo tengan a bien rescatar la oración final.

Aprovecho para recomendarles algunos eventos, hoy miércoles desde las 9hs inaugura "Una Muestra MACANUDA", que recoge lo mejor de las tiras de Ricardo Siri, el humorista gráfico mas conocido como "Liniers" y que estará hasta diciembre de este año en el Museo Barrilete (Vieja Usina).

A propósito de su visita en nuestra ciudad también hoy a las 11hs se presentara en el Centro Cultural España Córdoba para contar desde su singular perspectiva su visión respecto del bicentenario de nuestro país.


- hb -



EL BALLET EN EL BARRIO DE FLORES

- ALEJANDRO DOLINA -


El bailarín mas famoso que existió en el barrio de Flores era un mozo de cafè. Fue coreògrafo, director y maestro. Pero siempre debiò ganarse la vida en la Perla de Flores. Antiguos parroquianos aún lo recuerdan atravesando el local en puntas de pie, cargando la bandeja como una ofrenda pagana, cayendo de rodillas para agradecer una propina y saltando sobre la mesas con los brazos en alto, cuando alguien lo llamaba. Si habìa poco trabajo, se entretenìa en la barra, con un pie en el suelo y el otro sobre el mostrador.
Se llamava Aldo Manfredi. En sus modestos comienzos concurrìa a los asados o a las fiestas de cumpleaños y esperaba pacientemente. Nunca faltaba el comedido que lo invitara a mostrar su arte.

"Bàilese algo, Manfredi."
Sin hacerse rogar mucho, el hombre se largaba con su nùmero, ataviado con un calzoncillo largo y calzando unas viejas y embarradas zapatillas de baile. Muchas veces era provocado por los borrachos o los pendencieros que se complacen en hostilizar a los bailarines. Sin dejar de bailar, Manfredi pelaba un revòlver que llevaba siempre en la chaqueta y con desplazamientos de gran plasticidad daba a entender su resoluciòn de agujerear a quien tuviera ganas de seguir la broma. Sea por su talento o por su bufoso, lo cierto es que Manfredi era aclamado en todas partes. Sin embargo, su verdadera fama la alcanzò siendo ya hombre maduro, al fondar el legendario Ballet de Flores, un cuerpo del que surgieron ideas formidables, no siempre cabalmente apreciadas por el pùblico y la critica oficial.
Organizaba espectàculos con el apoyo de los comerciantes de la zona. En ocasiones, los bailarines lucìan inscripciones en su vestuario. Las orquestas eran poco numerosas. A veces se limitaban a tres guitarristas. Manfredi tenìa por costumbre ubicarse entre bambalinas para observar de cerca todas las figuras. Desde allì alentava a los bailarines y con frecuencia les hacìa oportunas indicaciones. Sus gritos se oìan desde la platea.
"Más adelante, Pedro, màs adelante…!"
"Un poco màs de gracia, Carlos, caramba…!"
Si las cosas no marchaban bien, no vacilava en irrumpir en el escenario para reprender a los más torpes. Con las muchachas era amable y paternal. Pensaba que muchos bailarines aprovechaban los momentos de màs estrecho contacto para propasarse.
"Saque la mano de ahì"– gritaba indignado.
Tal vez por eso evitaba en sus coreografìas los amontonamientos promiscuos y los abrazos prolongados. Pero el aporte màs original de Aldo Manfredi fue – sin duda – su teoria del argumento, expuesta a travès de un breve opùscolo que obligaba a leer a sus alumnos y que – tal vez – estaba escrito asì:

"El ballet es un gènero muy extraño. Un grupo de personas refiere una historia mediante pasos de baile.
"La eficacia narrativa de este procedimiento es por lo menos dudosa. Asì parecen comprenderlo los comentaristas, quienes suelen explicar minuciosamente el argumento antes del espectáculo.
"Ocurre que un salto en el aire resulta muchas veces insuficiente para comunicar sucesos tan complejos como un desengaño amoroso o la renuncia al trono de Polonia.
"Para expresarlo redondamente: existe la sospecha general de que sin auxilios exteriores nadie serìa capaz de comprender la naturaleza de los episodios que se representan."

Y en verdad, Manfredi conocìa estas sencillas verdades por propia experiencia. Varia veces habìa intentado convertir en ballet los libros que leìa. Y el pùblico jamàs captaba nada que fuera mucho màs allá del tìtulo. En colaboraciòn con el mùsico Ives Castagnino, habìa preparado una versiòn de los Ensayos de Montaigne. Casi se vuelve loco tratando de lograr que los bailarines dieran a entender la fugacidad de las doctrinas cientificas, la constancia del afecto de las bestias o el crecimiento de nuestro deseo antes las dificultades. Y eso, para no mencionar las abundantes citas de Marcial, Ovidio, Lucrecio, Plinio, Vegecio, Ciceròn, Horacio o Tito Livio, que ni por casualidad eran captadas por los observadores. Por otra parte, el tìtulo Ensayos fue interpretado equivocadamente por muchas personas, con las consecuencias que el lector culto ya se irà imaginando.
Para rimediar estos inconvenientes, Aldo Manfredi inventò su famoso Lenguaje del Ballet o Taquigrafìa bailable. Bàsicamente consistìa en asignar a cada gesto, a cada paso y a cada figura un significado permanente. Abrir los brazos indicaba amor, caer en el suelo era la muerte, recorrer el escenario mirando hacia arriba denotaba la ingenuidad. Con el tiempo la colección de movimientos y conceptos se fue haciendo màs amplia. Veamos:

Sentarse en el suelo: obcecaciòn, testarudez
Situarse a espaldas de otro bailarìn: traiciòn
Saltar en un pie: renguera
Golpearse el pecho: admisiòn de culpa, remordimiento
Arrastrar la panza por el piso: intrigas de palacio
Girar el dedo indice en la proximidad de la oreja: locura
Tambalearse: ebriedad
Dar vueltas de carnero: adhesiòn al idealismo platònico
Girar un bailarìn alrededor de otro: adhesiòn a la doctrina heliocentrica
Andar en cuatro patas: instintos bestiales
Formar un gran circulo con los dedos indice y pulgar de ambas manos: otro ha tenìdo màs suerte

De todos modos estas claves siempre eran insuficientes y asì Manfredi llegò a concebir un paso diferente por cada palabra, incluyendo pronombres, preposiciones y conjunciones. El diccionario resultante abarcaba cuatro mil vocablos con sus corrispondientes volteretas. Conforme a este método, el Ballet de Flores llegò a estrenar El Hombre mediocre de Josè Ingenieros con mùsica de tangos del novecientos. La experiencia fue desastrosa. Los bailarines conocìan el còdego de Manfredi, pero el pùblico no. Ademàs, occurrìa algo no previsto. Una frase bella en el lenguaje escrito correspondìa a gestos y evoluciones cuya combinaciòn resultaba torpe y sin donosura. El coreógrafo quiso ver en esto una consecuencia de la caprichosa sintaxis de Ingenieros. De cualquier modo, nunca màs volviò a insistir con la Taquigrafìa Bailable.
Probó màs tarde con la intercalaciòn de Explicadores en la platea. Cada tres o cuatro asientos, un individuo perfectamente aleccionado comentaba los sucesos del escenario.

"Miren, miren… ahì està el traidòr."
"Ah, claro… es que està soñando…"
"Èsa es la hechicera… Està preparando un filtro màgico para seducir a la princesa."

El sistema de los Explicadores se hizo insostenible por los altos costos y por el fastidio del público que reclamaba silencio, aun al riesgo de permanecer en la ignorancia.
Manfredi dio un paso màs y asì naciò el Ballet Hablado. Los propios bailarines proporcionaban la información indispensable.

"Soy el gigante del bosque…"
"Gran siete… me muero…"

Al que consiga rescatar a mi hija de la torre del castillo, le darè mil piezas de oro le darè…
Los espectàculos se deslucìan a causa de los resoplidos. No es fàcil bailar y dar saltos prodigiosos mientras se recitan parlamentos complicados. Sin embargo, La tragedia de Y de Ellery Queen, saliò bastante bien.

Manfredi no sòlo buscò ideas nuevas para dar a entender los argumentos. Tambièn se preocupó por incorporar al ballet elementos populares y atractivos para que las muchedumbres se acercaran al arte grande. Influìdo seguramente por ciertos artistas del café-concert, resolviò alentar la partecipaciòn activa del pùblico en sus obras. Al principio lo hizo tímidamente; en ciertos pasajes musicales, el director de la orquesta gritaba:
"A ver esas palmas…"
Después concibiò nùmeros donde los artistas bajaban a la platea y allì bailaban. Finalmente, instruyó a los integrantes del ballet para que obligaran a algunas señoras a intervenir en la danza. Así. muchas damas respetables eran revoleadas por el aire por lujuriosos faunos, ante el regocijo de la tertulia y la indignaciòn de los maridos. Gracias a estas innovaciones, la concurrencia creció. Pero la presencia de Manuel Mandeb, el ruso Salzman y otros atorrantes del barrio acabò por generar incidentes gravìsimos. Contagiados por el clima partecipativo, los muchachos del Ángel Gris subìan al escenario y molestaban a las bailarinas mientras sostenìan - a los gritos – la necesidad de bajar al artista de su pedestal.
Adelantándose a su tiempo, Manfredi montò espectàculos de danza en la calle, que no siempre encontraron la buena voluntad de los vecinos ni de los conductores de camionetas. En cambio tuvieron muchìsimo èxito sus Tangos con su correspondiente Letra para Bailar. Habitualmente un ballet de tango se limita a estilizar los pasos populares. La creaciòn del mozo de La Perla fue una cosa enteramente distinta.
Se oìa un tango cualquiera con su correspondiente letra. Los bailarines realizaban entonces pasos y figuras de un clasicismo irreprochable, representando el argumento del tango. En Mi noche triste un hombre abandonado recorre su pieza y verìfica la desolaciòn de sus pertenencias, contagiadas de tristeza. Acquaforte admite innumerables personajes: ancianas floristas, milongueras envejecidas, vendedores de diarios y libertinos miserables. Fueron memorables las versiones de Portero suba y diga, Por seguidora y por fiel, Mano cruel y A la luz de un candìl.

Aldo Manfredi era – tal vez sin saberlo – un artista romàntico. Creìa, como Keats, que la belleza y la verdad son la misma cosa. Se proponìa antes que nada provocar en los espectadores aquella suspensión de la incredulidad de la que hablaba Coleridge. Jamàs pudo lograrlo del todo a pesar de sus esfuerzos conmovedores, o tal vez precisamente a causa de ellos. Poco a poco se fue desalentando. Y un dìa resolviò que el ballet no le servìa para alcanzar sus desmesurados propósitos. El los ùltimos años de su carrera supo integrar un grupo de danzas folklòricas que ilustraba a golpes de malambo cualquier episodio de la historia argentina, accediendo incluso a los pedidos del pùblico presente. Un dìa saliò de gira y ya nadie volviò a verlo. En La Perla de Flores hay ahora otros mozos que nada saben de bailes clàsicos.

Pobre Manfredi… Buscò milagros por los caminos màs racionales. Derrochò su genio tratando de dar explicaciones. Y no comprendiò jamàs que el arte es misterioso y conduce a la emociòn antes que al entendimiento.
Bienaventurados los que han aprendido a llorar sin hacer preguntas.


miércoles, 16 de junio de 2010

MACANUDO

La respuesta a todo lo que me cuestiono cada mañana que me despierto y derrepente estoy sentado en este escritorio, en una sola viñeta.