martes, 31 de agosto de 2010

EXTRAVÍOS

II

En principio, voy a pedirte disculpas por la demora, y a modo de excusa quiero contarte que me fue muy difícil encontrar un momento de serenidad para poder detenerme y escribir estas líneas, puesto que desde que me vi obligado a emprender este viaje, el ruido y los avatares propios de los grandes “cambios”, por llamarlo de alguna manera, me hicieron un poco tortuoso este periodo de vida.

De pronto, me encontré dejando el anden, y con él tantas cosas preciadas que la angustia del destierro y el desarraigo llenaron mi amplia cavidad toráxica, que por su ya mencionada extensión, pudo alojar también gran cantidad de sustancia pesarosa, teoría firmemente abalada por la física quántica desde tiempos remotos.

Como es inevitable, busque caras familiares por la ventanilla, o tal vez solo una, que con un gesto me dijera hasta pronto. Pero la estación esa noche se encontraba tan vacía y fría que ni el fantasmagórico boletero cumplio la formalidad de desearme un “buen viaje”.

Para no perder las esperanzas, o quizá la costumbre, corrí en sentido opuesto a la marcha de la locomotora. Primero, atravesando a la señora rubia, que en silencio y sin mirarme coloco su equipaje en mi camino. Sorteando valijas elegantes y bien etiquetadas un grupo de muchachos, primero tres sobre la izquierda, luego dos universitarias con sus mochilas justo por detrás de los anteriores, que viajaban con muchos mas, diez o quince, a los que uno a uno fui pidiendo permiso arrebatadamente. Eran oídos sordos, aturdidos por los gritos y el murmullo general, pero particularmente de las muchachas del fondo que parecía que su charla no tuviera fin, con sus tonos petulantes y esos timbres irritantes, atormentaban el humor de mis interlocutores y el mío propio. Al abrirme camino, me precipitaba sobre esta gente y casi descortésmente vociferaba “disculpas” y “permisos” que a veces respondían con buenos gestos y hasta alientos, como si conocieran o entendieran el motivo de mi carrera hacia el final del vagón, pero al mismo tiempo enangostando el pasillo de mil maneras. Tal vez hayas estado en alguna parte de esa larga y desteñida línea amarilla, pero había muchos que obstaculizaban la visión por las ventanillas pocas ventanillas que permanecían abiertas.

Debo confesar que al llegar al fondo del tren, vi alejarse el anden y con el ésta y algunas otras costumbres. No así mis esperanzas.

Con la locomotora ya en marcha, estuve deambulando por vagones extraños. Era como si cada uno hubiera sido cortado de un tren diferente, cada uno con sus viajes, sus pasajeros, su vida, su deterioro. Las datas de creación del vagón más nuevo y el que aparentaba mayor vejez deben haber tenido casi dos siglos de diferencia y ni siquiera cumplían con alguna cronología en su ordenamiento. Parecía que el encargado de dicha selección no tubo el menor método ni concepción del final de su obra.

Luego de mi primer recorrida ya había armado una noción básica de la composición del vehículo y fácilmente podía decir que éste tren contaba con tres salones comedor; el primero y más amplio parecía nuevo, pero a la vez tan ecléctico que me llenaba de nostalgia hasta el agua tónica del menú. Tenia luces tenues en los ángulos, y las puertas eran casi imperceptibles, la sensación de encontrarse en un lugar tan impactante de repente era casi vertiginosa y aun más el no concebir la idea de estar afuera. Algunos biombos segmentaban el vagón en cuatro o cinco espacios muy bien definidos en su personalidad pero también muy bien comunicados entre si, aunque no siempre armoniosamente.

En el salón central se sucedían desopilantes historias que sin el mayor esfuerzo de intromisión o chismorreo se podían disfrutar como si fueran obras de teatro finamente creadas y dirigidas, desgraciadamente, a un publico desinteresado. Los personajes y los dramas de estas historias cambiaban sucesivamente pero la similitud de los protagonistas nos hacia sospechar que siempre se hablaba de los mismos. Obviamente un hombre y una mujer con sus personalidades chocantes, sus encuentros y desencuentros y un sin fin de hechos que los hacían tan interesantes en conjunto, tan singulares y sinérgicos, los dos amalgamados en una transgresora historia que se sucedía como una serie de episodios mezclados en una gran cacerola y revueltos con un paletón de madera.

lunes, 23 de agosto de 2010

LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

Un texto que conocí de forma oral y que descubrí hace unos días en "El Aleph", libro del cual alguna vez les envié el cuento homónimo y que no para de darme satisfacciones.
De como, Dioses para algunos Naturaleza para otros, crean las maravillas que nuestro planeta nos muestra y nos permite habitar a condición de pasar lo mas desapercibido posible, puesto que todas las modificaciones que en el medio impacten nos llevan indefectiblemente a la aniquilación.
Suena apocalíptico, pero si hasta una mínima flor silvestre genera toxinas como recurso de defensa para sobrevivir, por qué no el planeta entero. Que cosa mas lógica que estoy diciendo y sin embargo todos los días hacemos cientos de acciones en pro del fin.
También tengamos a bien notar que la simplicidad de algunas cosas son obras tan o mas magnánimas que el mas rebuscado y logrado trabajo.

Se vemosss!

- hb -



LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS
- JORGE LUIS BORGES -


Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.