lunes, 21 de diciembre de 2009
miércoles, 16 de diciembre de 2009
LO QUE ME COSTO EL AMOR DE LAURA - Opereta Criolla
El original viene en dos cd`s que aca estan continuos, mas adelante voy a subir la lista con los nombres de las pistas y es interesante acompañar el audio con la lectura del libro asiq voy a ver si les consigo un link para que puedan bajarlo.
Saludos!
lunes, 7 de diciembre de 2009
miércoles, 25 de noviembre de 2009
CELEBRACION DE LA FANTASIA
Abajo, un video de este señor q personalmente me gusta mas escuchar q leer.
Les recomiendo atencion a la historia de la niña q dibuja pajaros para su padre preso, es bastante conocida pero emociona cada vez q la escucho.
CELEBRACION DE LA FANTASIA
- EDUARDO GALEANO -
miércoles, 18 de noviembre de 2009
lunes, 16 de noviembre de 2009
miércoles, 11 de noviembre de 2009
CEMENTERIO CLUB
jueves, 5 de noviembre de 2009
HUNTER "PATCH" ADAMS - Entrevista
Les recomiendo que si como yo no le hacen demaciado al ingles, maximicen el video tocando en el borde inferior derecho de la pantalla donde dice YOUTUBE asi lo ven maximizado y pueden leer los subtitulos.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
JUAN LÓPEZ Y JOHN WARD
Con el afán de mantener el perfil canchero y rebelde que promulgan los fondos del aula, escuche de refilón la introducción que la pequeña docente dio a este texto y por eso perdí el dato del autor y del libro que hoy las virtudes de la Internet me revelan.
Tras la bulliciosa lectura del texto la profesora, que hace poco recordé se llama Graciela, subestimando con bastante razón a esas 40 bolsas arpilleras de hormonas les dirigió la siguiente afirmación seguida de pregunta:
"- Seguro que no entendieron nada de lo que les acabo de leer, no se preocupen, pero díganme: ¿qué quizo decir el autor en este texto?."
Voy a dejar la anécdota en este lugar para que los compañeros de aquellos años vean si la pueden completar o para que los ajenos a esas paredes hagan lo mismo que nos hizo hacer esta señora que frecuenta Cafés de Cronopios y se llama Graciela.
JUAN LÓPEZ Y JOHN WARD
Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.
viernes, 23 de octubre de 2009
miércoles, 21 de octubre de 2009
martes, 20 de octubre de 2009
jueves, 1 de octubre de 2009
BALADA DEL AMOR IMPOSIBLE
Hoy, ya cansado del cuento de los supositorios, comparto con Uds. esta peligrosa Teoria o para que no se enoje el autor por el uso de palabras propias de Refutadores de Leyendas, le vamos a decir justamente Leyenda.
Saludos!
martes, 29 de septiembre de 2009
martes, 15 de septiembre de 2009
domingo, 13 de septiembre de 2009
SILVIA
Cualquier altercado en el normal desarrollo cosmico o si tan solo una de las condiciones no estuviera presente, esas cosas que pasan si estas vivo no podrian cumplirse y seguiriamos en ese coma rutinario y endeble que nos proponen las oficinas, las aulas, las cocinas y los callcenter.
Como frutilla del postre de esta semana, cayo a mis manos este cuento de "Último Round (1969)", donde descubro, en este texto y algunos mas que lo acompañan, a un Cortazar mucho mas pasional, erotico, adulto.
- JULIO CORTAZAR -
-¿Y los otros dos, los más grandes?
-Son los chicos de Javier y de Magda, no te das cuenta, sonso. Álvaro es Bisonte Invencible, tiene siete años, dos meses más que yo y es el más grande. Lolita tiene seis pero ya juega, ella es la prisionera de Bisonte Invencible. Yo soy la Reina del Bosque y Lolita es mi amiga, de manera que la tengo que salvar, pero seguimos mañana porque ahora ya nos llamaron para bañarnos. Álvaro se hizo un tajo en el pie, Silvia le puso una venda. Soltame que me tengo que ir.
Nadie la sujetaba, pero Graciela tiende siempre a afirmar su libertad. Me levanté para saludar a los Borel que bajaban de la casa con Raúl y Nora. Alguien, creo que Javier, servía el primer pastis; la conversación empezó con la caída de la noche, la batalla cambió de naturaleza y edad, se volvió un estudio sonriente de hombres que acaban de conocerse; los chicos se bañaban, no había galos ni sioux en el jardín, Borel quería saber por qué yo no volvía a mi país, Raúl y Javier sonreían con sonrisas compatriotas. Las tres mujeres se ocupaban de la mesa; curiosamente se parecían, Nora y Magda unidas por el acento porteño mientras el español de Liliane caía del otro lado de los Pirineos. Las llamamos para que bebieran el pastis, descubrí que Liliane era más morena que Nora y Magda pero el parecido subsistía, una especie de ritmo común. Ahora se hablaba de poesía concreta, del grupo de la revista Invenção; entre Borel y yo surgía un terreno común, Eric Dolphy, la segunda copa iluminaba las sonrisas entre Javier y Magda, las otras dos parejas vivían ya ese tiempo en que la charla en grupo libera antagonismos, ventila diferencias que la intimidad acalla. Era casi de noche cuando los chicos empezaron a aparecer, limpios y aburridos, primero los de Javier discutiendo sobre unas monedas, Álvaro obstinado y Lolita petulante, después Graciela llevando de la mano a Renaud que ya tenía otra vez la cara sucia. Se juntaron cerca de la pequeña tienda de campaña verde; nosotros discutíamos a Jean-Pierre Faye y a Philippe Sollers, la noche inventó el fuego del asado hasta entonces poco visible entre los árboles, se embadurnó con reflejos dorados y cambiantes que teñían el tronco de los árboles y alejaban los límites del jardín; creo que en ese momento vi por primera vez a Silvia, yo estaba sentado entre Borel y Raúl, y en torno a la mesa redonda bajo el tilo se sucedían Javier, Magda y Liliane; Nora iba y venía con cubiertos y platos. Que no me hubieran presentado a Silvia parecía extraño, pero era tan joven y quizá deseosa de mantenerse al margen, comprendí el silencio de Raúl o de Nora, evidentemente Silvia estaba en la edad difícil, se negaba a entrar en el juego de los grandes, prefería imponer autoridad o prestigio entre los chicos agrupados junto a la tienda verde. De Silvia había alcanzado a ver poco, el fuego iluminaba violentamente uno de los lados de la tienda y ella estaba agachada allí junto a Renaud, limpiándole la cara con un pañuelo o un trapo; vi sus muslos bruñidos, unos muslos livianos y definidos al mismo tiempo como el estilo de Francis Ponge del que estaba hablándome Borel, las pantorrillas quedaban en la sombra al igual que el torso y la cara, pero el pelo largo brillaba de pronto con los aletazos de las llamas, un pelo también de oro viejo, toda Silvia parecía entonada en fuego, en bronce espeso; la minifalda descubría los muslos hasta lo más alto, y Francis Ponge había sido culpablemente ignorado por los jóvenes poetas franceses hasta que ahora, con las experiencias del grupo de Tel Quel, se reconocía a un maestro; imposible preguntar quién era Silvia, por qué no estaba entre nosotros, y además el fuego engaña, quizá su cuerpo se adelantaba a su edad y los sioux eran todavía su territorio natural. A Raúl le interesaba la poesía de Jean Tardieu, y tuvimos que explicarle a Javier quién era y qué escribía; cuando Nora me trajo el tercer pastis no pude preguntarle por Silvia, la discusión era demasiado viva y Borel bebía mis palabras como si valieran tanto. Vi llevar una mesita baja cerca de la tienda, los preparativos para que los chicos cenaran aparte; Silvia ya no estaba allí, pero la sombra borroneaba la tienda y quizá se había sentado más lejos o se paseaba entre los árboles. Obligado a ventilar opiniones sobre el alcance de las experiencias de Jacques Roubaud, apenas si alcanzaba a sorprenderme de mi interés por Silvia, de que la brusca desaparición de Silvia me desasosegara ambiguamente; cuando terminaba de decirle a Raúl lo que pensaba de Roubaud, el fuego fue otra vez fugazmente Silvia, la vi pasar junto a la tienda llevando de la mano a Lolita y a Álvaro; detrás venían Graciela y Renaud saltando y bailando en un último avatar sioux; por supuesto Renaud se cayó de boca y su primer chillido sobresaltó a Liliane y a Borel. Desde el grupo se alzó la voz de Graciela: "¡No es nada, ya pasó!", y los padres volvieron al diálogo con esa soltura que da la monotonía cotidiana de los porrazos de los sioux; ahora se trataba de encontrarle un sentido a las experiencias aleatorias de Xenakis por las que Javier mostraba un interés que a Borel le parecía desmesurado. Entre los hombros de Magda y de Nora yo veía a lo lejos la silueta de Silvia, una vez más agachada junto a Renaud, mostrándole algún juguete para consolarlo; el fuego le desnudaba las piernas y el perfil, adiviné una nariz fina y ansiosa, unos labios de estatua arcaica (¿pero no acababa Borel de preguntarme algo sobre una estatuilla de las Cícladas de la que me hacía responsable, y la referencia de Javier a Xenakis no había desviado el tema hacia algo más valioso?). Sentí que si alguna cosa deseaba saber en ese momento era Silvia, saberla de cerca y sin los prestigios del fuego, devolverla a una probable mediocridad de muchachita tímida o confirmar esa silueta demasiado hermosa y viva como para quedarse en mero espectáculo; hubiera querido decírselo a Nora con quien tenía una vieja confianza, pero Nora organizaba la mesa y ponía servilletas de papel, no sin exigir de Raúl la compra inmediata de algún disco de Xenakis. Del territorio de Silvia, otra vez invisible, vino Graciela la gacelita, la sabelotodo; le tendí la vieja percha de la sonrisa, las manos que la ayudaron a instalarse en mis rodillas; me valí de sus apasionantes noticias sobre un escarabajo peludo para desligarme de la conversación sin que Borel me creyera descortés, apenas pude le pregunté en voz baja si Renaud se había hecho daño.
-Pero no, tonto, no es nada. Siempre se cae, tiene solamente dos años, vos te das cuenta. Silvia le puso agua en el chichón.
-¿Quién es Silvia, Graciela?
Me miró como sorprendida.
-Una amiga nuestra.
-¿Pero es hija de alguno de estos señores?
-Estás loco -dijo razonablemente Graciela-. Silvia es nuestra amiga. ¿Verdad, mamá, que Silvia es nuestra amiga?
Nora suspiró, colocando la última servilleta junto a mi plato.
-¿Por qué no te volvés con los chicos y dejás en paz a Fernando? Si se pone a hablarte de Silvia vas a tener para rato.
-¿Por qué, Nora?
-Porque desde que la inventaron nos tienen aturdidos con su Silvia -dijo Javier.
-Nosotros no la inventamos -dijo Graciela, agarrándome la cara con las dos manos para arrancarme a los grandes-. Preguntales a Lolita y a Álvaro, vas a ver.
-¿Pero quién es Silvia? -repetí.
Nora ya estaba lejos para escuchar, y Borel discutía otra vez con Javier y Raúl. Los ojos de Graciela estaban fijos en los míos, su boca sacaba como una trompita entre burlona y sabihonda. -Ya te dije, bobo, es nuestra amiga. Ella juega con nosotros cuando quiere, pero no a los indios porque no le gusta. Ella es muy grande, comprendés, por eso lo cuida tanto a Renaud que solamente tiene dos años y se hace caca en la bombacha.
-¿Vino con el señor Borel? -pregunté en voz baja-. ¿O con Javier y Magda?
-No vino con nadie -dijo Graciela-. Preguntales a Lolita y a Álvaro, vas a ver. A Renaud no le preguntés porque es un chiquito y no comprende. Dejame que me tengo que ir.
Raúl, que siempre parece asistido por un radar, se arrancó a una reflexión sobre el letrismo para hacerme un gesto compasivo.
-Nora te previno, si les seguís el tren te van a volver loco con su Silvia.
-Fue Álvaro -dijo Magda-. Mi hijo es un mitómano y contagia a todo el mundo.
Raúl y Magda me seguían mirando, hubo una fracción de segundo en que yo pude haber dicho: "No entiendo", para forzar las explicaciones, o directamente: "Pero Silvia está ahí, acabo de verla". No creo, ahora que tengo demasiado tiempo para pensarlo, que la intervención distraída de Borel me impidiera decirlo. Borel acababa de preguntarme algo sobre La casa verde; empecé a hablar sin saber lo que decía, pero en todo caso no me dirigía ya a Raúl y a Magda. Vi a Liliane que se acercaba a la mesa de los chicos y los hacía sentarse en taburetes y cajones viejos; el fuego los iluminaba como en los grabados de las novelas de Héctor Malot o de Dickens, las ramas del tilo se cruzaban por momentos entre una cara o un brazo alzado, se oían risas y protestas. Yo hablaba de Fushía con Borel, me dejaba llevar corriente abajo en esa balsa de la memoria donde Fushía estaba tan terriblemente vivo. Cuando Nora me trajo un plato de carne le murmuré al oído: "No entendí demasiado eso de los chicos".
-Ya está, vos también caíste -dijo Nora, echando una mirada compasiva a los demás-. Menos mal que después se irán a dormir porque sos una víctima nata, Fernando.
-No les hagas caso -se cruzó Raúl-. Se ve que no tenés práctica, tomás demasiado en serio a los pibes. Hay que oírlos como quien oye llover, viejo, o es la locura.
Tal vez en ese momento perdí el posible acceso al mundo de Silvia, jamás sabré por qué acepté la fácil hipótesis de una broma, de que los amigos me estaban tomando el pelo (Borel no, Borel seguía por su camino que ya llegaba a Macondo); veía otra vez a Silvia que acababa de asomar de la sombra y se inclinaba entre Graciela y Álvaro como para ayudarlos a cortar la carne o quizá comer un bocado; la sombra de Liliane que venía a sentarse con nosotros se interpuso, alguien me ofreció vino; cuando miré de nuevo, el perfil de Silvia estaba como encendido por las brasas, el pelo le caía sobre un hombro, se deslizaba fundiéndose con la sombra de la cintura. Era tan hermosa que me ofendió la broma, el mal gusto, me puse a comer de cara al plato, escuchando de reojo a Borel que me invitaba a unos coloquios universitarios; si le dije que no iría fue por culpa de Silvia, por su involuntaria complicidad en la diversión socarrona de mis amigos. Esa noche no vi más a Silvia; cuando Nora se acercó a la mesa de los chicos con queso y frutas, entre ella y Lolita se ocuparon de hacer comer a Renaud que se iba quedando dormido. Nos pusimos a hablar de Onetti y de Felisberto, bebimos tanto vino en su honor que un segundo viento belicoso de sioux y de charrúas envolvió el tilo; trajeron a los chicos para que dijeran buenas noches, Renaud en los brazos de Liliane.
-Me tocó una manzana con gusano -me dijo Graciela con una enorme satisfacción-. Buenas noches, Fernando, sos muy malo.
-¿Por qué, mi amor?
-Porque no viniste ni una sola vez a nuestra mesa.
-Es cierto, perdoname. Pero ustedes tenían a Silvia, ¿verdad?
-Claro, pero lo mismo.
-Éste se la sigue -dijo Raúl mirándome con algo que debía ser piedad-. Te va a costar caro, esperá a que te agarren bien despiertos con su famosa Silvia, te vas a arrepentir, hermano. Graciela me humedeció el mentón con un beso que olía fuertemente a yogurt y a manzana. Mucho más tarde, al final de una charla en la que el sueño empezaba a sustituir las opiniones, los invité a cenar en mi casa. Vinieron el sábado pasado hacia las siete, en dos autos, Álvaro y Lolita traían un barrilete de género y so pretexto de remontarlo acabaron inmediatamente con mis crisantemos. Yo dejé a las mujeres que se ocuparan de las bebidas, comprendí que nadie le impediría a Raúl tomar el timón del asado; les hice visitar la casa a los Borel y a Magda, los instalé en el living frente a mi óleo de Julio Silva y bebí un rato con ellos, fingiendo estar allí y escuchar lo que decían; por el ventanal se veía el barrilete en el viento, se escuchaban los gritos de Lolita y Álvaro. Cuando Graciela apareció con un ramo de pensamientos fabricado presumiblemente a costa de mi mejor cantero, salí al jardín anochecido y ayudé a remontar más alto el barrilete. La sombra bañaba las colinas en el fondo del valle y se adelantaba entre los cerezos y los álamos pero sin Silvia, Álvaro no había necesitado de Silvia para remontar el barrilete.
-Colea lindo -le dije, probándolo, haciéndolo ir y venir.
-Sí pero tené cuidado, a veces pica de cabeza y esos álamos son muy altos -me previno Álvaro.
-A mí no se me cae nunca -dijo Lolita, quizá celosa de mi presencia-. Vos le tirás demasiado del hilo, no sabés.
-Sabe más que vos -dijo Álvaro en rápida alianza masculina-. ¿Por qué no te vas a jugar con Graciela, no ves que molestás?
Nos quedamos solos, dándole hilo al barrilete. Esperé el momento en que Álvaro me aceptara, supiera que era tan capaz como él de dirigir el vuelo verde y rojo que se desdibujaba cada vez más en la penumbra.
-¿Por qué no trajeron a Silvia? -pregunté, tirando un poco del hilo.
- Me miró de reojo entre sorprendido y socarrón, y me sacó el hilo de las manos, degradándome sutilmente.
-Silvia viene cuando quiere -dijo recogiendo el hilo.
-Bueno, hoy no vino, entonces.
-¿Qué sabés vos? Ella viene cuando quiere, te digo.
-Ah. ¿Y por qué tu mamá dice que vos la inventaste a Silvia?
-Mirá como colea -dijo Álvaro-. Che, es un barrilete fino, el mejor de todos.
-¿Por qué no me contestás, Álvaro?
-Mamá se cree que yo la inventé -dijo Álvaro-. ¿Y vos por qué no lo creés, eh?
Bruscamente vi a Graciela y a Lolita a mi lado. Habían escuchado las últimas frases, estaban ahí mirándome fijamente; Graciela removía lentamente un pensamiento violeta entre los dedos.
-Porque yo no soy como ellos -dije-. Yo la vi, saben.
Lolita y Álvaro cruzaron una larga mirada, y Graciela se me acercó y me puso el pensamiento en la mano. El hilo del barrilete se tendió de golpe. Álvaro le dio juego, lo vimos perderse en la sombra.
-Ellos no creen porque son tontos -dijo Graciela-. Mostrame dónde tenés el baño y acompañame a hacer pis.
La llevé hasta la escalera exterior, le mostré el baño y le pregunté si no se perdería para bajar. En la puerta del baño, con una expresión en la que había como un reconocimiento, Graciela me sonrió.
-No, andate nomás, Silvia me va a acompañar.
-Ah, bueno -dije luchando contra vaya a saber qué, el absurdo o la pesadilla o el retardo mental-. Entonces vino, al final.
-Pero claro, sonso -dijo Graciela-. ¿No la ves ahí?
La puerta de mi dormitorio estaba abierta, las piernas desnudas de Silvia se dibujaban sobre la colcha roja de la cama. Graciela entró en el baño y oí que corría el pestillo. Me acerqué al dormitorio, vi a Silvia durmiendo en mi cama, el pelo como una medusa de oro sobre la almohada. Entorné la puerta a mi espalda, me acerqué no sé cómo, aquí hay huecos y látigos, un agua que corre por la cara cegando y mordiendo, un sonido como de profundidades fragosas, un instante sin tiempo, insoportablemente bello. No sé si Silvia estaba desnuda, para mí era como un álamo de bronce y de sueño, creo que la vi desnuda aunque luego no, debí imaginarla por debajo de lo que llevaba puesto, la línea de las pantorrillas y los muslos la dibujaba de lado contra la colcha roja, seguí la suave curva de la grupa abandonada en el avance de una pierna, la sombra de la cintura hundida, los pequeños senos imperiosos y rubios. "Silvia", pensé, incapaz de toda palabra, "Silvia, Silvia, pero entonces...". La voz de Graciela restalló a través de dos puertas como si me gritara al oído: "¡Silvia, vení a buscarme". Silvia abrió los ojos, se sentó en el borde de la cama; tenía la misma minifalda de la primera noche, una blusa escotada, sandalias negras. Pasó a mi lado sin mirarme y abrió la puerta. Cuando salí, Graciela bajaba corriendo la escalera y Liliane, llevando a Renaud en los brazos, se cruzaba con ella camino del baño y del mercurocromo para el porrazo de las siete y media. Ayudé a consolar y a curar, Borel subía inquieto por los berridos de su hijo, me hizo un sonriente reproche por mi ausencia, bajamos al living para beber otra copa, todo el mundo andaba por la pintura de Graham Sutherland, fantasmas de ese tipo, teorías y entusiasmos que se perdían en el aire con el humo del tabaco. Magda y Nora concentraban a los chicos para que comieran estratégicamente aparte; Borel me dio su dirección, insistiendo en que le enviara la colaboración prometida a una revista de Poitiers, me dijo que partían a la mañana siguiente y que se llevaban a Javier y a Magda para hacerles visitar la región. "Silvia se irá con ellos", pensé oscuramente, y busqué una caja de fruta abrillantada, el pretexto para acercarme a la mesa de los chicos, quedarme allí un momento. No era fácil preguntarles, comían como lobos y me arrebataron los dulces en la mejor tradición de los sioux y los tehuelches. No sé por qué le hice la pregunta a Lolita, limpiándole de paso la boca con la servilleta.
-¿Qué sé yo? -dijo Lolita-. Preguntale a Álvaro.
-Y yo qué sé -dijo Álvaro, vacilando entre una pera y un higo-. Ella hace lo que quiere, a lo mejor se va por ahí.
-¿Pero con quién de ustedes vino?
-Con ninguno -dijo Graciela, pegándome una de sus mejores patadas por debajo de la mesa-. Ella estuvo aquí y ahora quién sabe, Álvaro y Lolita se vuelven a la Argentina y con Renaud te imaginás que no se va a quedar porque es muy chico, esta tarde se tragó una avispa muerta, qué asco.
-Ella hace lo que quiere, igual que nosotros -dijo Lolita.
Volví a mi mesa, vi terminarse la velada en una niebla de coñac y de humo. Javier y Magda se volvían a Buenos Aires (Álvaro y Lolita se volvían a Buenos Aires) y los Borel irían el año próximo a Italia (Renaud iría el año próximo a Italia).
-Aquí nos quedamos los más viejos -dijo Raúl. (Entonces Graciela se quedaba pero Silvia era los cuatro, Silvia era cuando estaban los cuatro y yo sabía que jamás volverían a encontrarse).
Raúl y Nora siguen todavía aquí, en nuestro valle del Luberon, anoche fui a visitarlos y charlamos de nuevo bajo el tilo; Graciela me regaló un mantelito que acababa de bordar con punto cruz, supe de los saludos que me habían dejado Javier, Magda y los Borel. Comimos en el jardín, Graciela se negó a irse temprano a la cama, jugó conmigo a las adivinanzas. Hubo un momento en que nos quedamos solos, Graciela buscaba la respuesta a la adivinanza sobre la luna , no acertaba y su orgullo sufría.
-¿Y Silvia? -le pregunté, acariciándole el pelo.
-Mirá que sos tonto -dijo Graciela-. ¿Vos te creías que esta noche iba a venir por mí solita?
-Menos mal -dijo Nora, saliendo de la sombra-. Menos mal que no va a venir por vos solita, porque ya nos tenían hartos con ese cuento.
-Es la luna -dijo Graciela-. Qué adivinanza tan sonsa, che.
jueves, 27 de agosto de 2009
martes, 25 de agosto de 2009
STEVE JOBS EN UNIVERSIDAD DE STANDFORD
Asi en general les cuento que los siguientes videos corresponden a un discurso realmente inspirador que dio Steve Jobs, creador de Apple y Pixar, en la ceremonia de graduacion de la universidad de Stanford.
PARTE 2
martes, 18 de agosto de 2009
jueves, 13 de agosto de 2009
LAS TETAS DE DEVOTO
No tomen estas palabras como acertijo, pues los mas allegados no necesitaran leer el cuento y los no tan cercanos pueden tener alguna sospecha.
Los dejo que comiencen su lectura pero no sin antes rescatar una frase:"No vale la pena vivir si uno no es el Hombre Elegido". Y tambien refutar otra: "Mas vale sabio que dichoso".
LAS TETAS DE DEVOTO
Los Narradores de Historias han inventado muchas mentiras. Por culpa de ellos, la gente ha llegado a dudar de cosas tan evidentes como el Ángel Gris de Flores y - por otro lado - hay quienes creen en leyendas tan fantásticas como la del ferrocarril que corría entre Sáenz Peña y Villa Luro. Sin embargo, los Hombres Sensibles de Flores creían en la palabra de los Narradores e iban todas las noches a la casa en ruinas que está frente a la estación a hacerse referir cuentos por unas monedas.Allí oyeron hablar de Isabel, la tetona de Devoto. La primera vez que escucharon la historia no se sorprendieron demásiado: al parecer, en Villa Devoto había una muchacha un poco rara que tenía una nube en el pecho. Pero los Narradores se complacían repitiendo sus relatos y cada vez agregaban detalles nuevos. En una segunda versión se supo que quien veía a Isabel no podía dejar de pensar en sus tetas. Más adelante se indicó que la mujer se escapaba de los hombres y que nadie había conseguido enamorarla jamás. Algunos meses más tarde, ya eran varios los hombres de Flores que juraban haberla visto. Bernardo Salzman, el jugador de dados, creyó reconocerla desde la ventanilla del tranvía Lacroze, en una visión fugaz pero imborrable. Jorge Allen, el poeta, pretendía haber visto su sombra en la calle Simbrón. Manuel Mandeb la había sospechado a sus espaldas en el subterráneo pero no se había animado a darse vuelta. En ese entonces, para los muchachos del Ángel Gris aquello era apenas un asunto picaresco. Pero una noche de noviembre, el más codicioso de los narradores, un individuo maloliente al que llamaban Letrina, contó la historia de Isabel sin ocultar nada. Y allí estaba oyendo - para su desgracia - Manuel Mandeb.
- Las tetas de Isabel son las más portentosas de la Tierra. Pero eso no es todo: el hombre que alcance a contemplarla conocerá el Gran Secreto. Entrará en posesión de las terribles verdades de la vida, el arte y el amor. Pero las tetas de Devoto no están hechas para cualquiera. Hay un sólo hombre señalado por el destino para asomarse a todos los misterios del Universo. Si otro caballero se atreviera a espiar lo que no debe, moriría en el acto. Nadie sabe quién es el hombre indicado. Isabel. sin embargo, lo espera y está segura de reconocerlo. Se dice que el hombre le dejará como regalo una herradura. Manuel Mandeb preguntó enseguida dónde vivía semejante hembra. Pero el Narrador exigió un nuevo aporte de dinero para continuar. Ante la insolvencia general, decidió retirarse.
Para el pensador, el caso se transformó en una obsesión. Anduvo inspeccionando pechugas por todos los barrios y siguiendo los pasos de cuanta tetona se le atravesaba. Amigos desocupados lo ayudaban en su búsqueda: Ives Castagnino, el músico de Palermo; el ruso Salzman; Allen, el poeta, y Jaime Gorriti, el quinielero de Caseros. Una tarde de diciembre, Mandeb dio con una muchacha que conocía la leyenda. Ella no pudo aportarle datos nuevos pero le dejó una pregunra inquietante:
- ¿Qué pasaría si usted no fuera el Hombre Elegido?
- No vale la pena vivir si uno no es el Hombre Elegido - contestó Mandeb -, y le arrancó la blusa.
Desde otros barrios comenzaron a llegar rumores. Alguien sabía algo sobre una gitana de la calle Sanabria. Otros hablaban de una morocha de Villa Crespo. Pero lo más interesante fue la noticia de la extraña muerte de Lorenzo Lugo, un reonmbrado picaflor de José Ingenieros. Lo encontraron tirado bajo un puente de la General Paz, agonizante. Antes de morir en el hospital Pirovano, dijo cosas incomprensibles acerca de unas tetas. Algunas semanas depués, el Narrador Sucio lo aclaró todo. Lugo había pasado casualmente frente a la casa de Isabel y alcanzó a verla baldeando el patio. De pronto, en un movimiento brusco, uno de los Colosos de Devoto saltó fuera del batón y desató la tragedia. Varias muertes y desapariciones fueron atribuidas al pecho fatal, pero era casi seguro que los Narradores exageraban.
Durante todo el verano, los Hombres Sensibles buscaron indicios y esperaron señales. El seis de marzo, Manuel Mandeb encontró una herradura de plata. Entonces perdió toda compostura. Andaba todo el día por Villa Devoto y tocaba los timbres de las casas haciéndose pasar por vendedor de rifas. Cada noche soñaba con Tetas Ciclópeas que nunca alcanzaban a descubrírsele totalmente: velos, sábanas y breteles le negaban la sabiduría. Hasta que una tarde, durmiendo la siesta, tuvo un sueño diferente: vio una casa con una verja muy alta y un yuyal selvático en el frente. Era una casa espantosa y el miedo lo despertó. Dando por suficiente el dato soñado, Mandeb hizo un anuncio solemnte en la esquina de Artigas y Aranguren.
- Llegó la hora - recitó - la noche es fresca, el viento sopla desde Liniers, la luna es brillante. Y yo ya sé dónde encontrar a Isabel.
Eran cinco: Manuel Mandeb, Jorge Allen, Bernardo Salzman, Ives castagnino y Jaime Gorriti.
- Esta noche, si tenemos suerte, vamos a ver las tetas más hermosas del mundo y sabremos el secreto del amor y de la vida.
Salzman, el hombre de los dados, se atrevió a una objeción:
- Si no entendí mal el cuento, aquí venimos sobrando cuatro.
- Es cierto - admitió Mandeb - solamente un hombre ha sido señalado para este asunto. pero si entre nosotros está el elegido, ya habrá tiempo de conversar. Y tal vez la visión de uno será la visión de todos.
Los muchachos de Flores partieron rumbo a Devoto. Atravesaron todo Villa del Parque. Cruzaron las vías del Pacífico. Manuel Mandeb olisqueaba el aire y trataba de orientarse. Anduvieron dando vueltas cerca de una hora más. A veces interrogaban a los caminantes, pero nadie supo decirles nada. Finalmente, el olfato de Mandeb - o la casualidad - los condujo hasta una calle que iba agonizando hacia la General paz. En el rincón más oscuro de la cuadra, Manuel Mandeb pegó un salto.
- Es aquí... es aquí. Esta es la casa que soñé. Aquí vive Isabel.
Tocaron el timbre y esperaron. Pasaron como cinco minutos.
- No hay nadie...
- Tal vez no funcione el timbre... - Ives Castagnino empezó a golpear las manos.
Gorriti se lució con un silbido agudísimo. A lo lejos se abrió una puerta. Un momento después, una figura lamentable se fue acercando entre los yuyos. El espectro llegó a la puerta. Era una vieja flaca y desencajada. El batón le llegaba hasta los pies. En la cabeza llevaba un pañuelo negro. - ¿Qué buscan aquí?
- Buscamos a Isabel.
- Aquí no hay nadie. Váyanse...
- No mienta, señora... Sabemos que Isabel vive aquí.
- No. Aquí no hay nadie... - La vieja dio media vuelta y se fue alejando hacia la casa.
Una lechuza cantó en lo alto. Jorge Allen se santiguó.
- Es aquí - insistió Mandeb -. Esa vieja no nos quiere dejar entrar, pero es aquí.
Desde la casa llegó el sonido de un piano que tocaba el vals "Lágrimás y sonrisas". Allen volvió a tocar el timbre. El piano calló. Manuel Mandeb tomó una decisión.
- Por una vieja loca no me voy a preder la ocasión de conocer el Gran Secreto... Vamos a saltar la verja.
Ayudándose unos a otros, los hombres de Flores salvaron los fierros oxidados y saltaron al yuyal. Caminaron despacio, sin hablar. Cada tanto, alguno se reía de puro miedo. En algún lugar se abrió una puerta. Enseguida aparecieron ocho perros, como sombras negras y aullantes. Mandeb trataba de razonar con los animales mediantes silbidos y palabas tranquilizadoras.
- Chiquito, chiquito... bueno, bueno... Un perro le tiró un terrible tarascón.
El ruso Salzman consiguió un palo y empezó a repartir golpes a ciegas. Jorge Allen pegaba patadas con sus enormes zapatones y recibía mordiscos en los tobillos. Los hombres estaban aterrorizados. Ya casi no podían defenderse. Desde la casa se oyó un silbido. Los perros se pararon en seco y un momento después corrieron hacia el lugar de donde habían salido. Los muchachos de Flores quedaron tendidos en el yuyal, sucios, exhaustos, mordidos y con olor a perro. Una sombra se acercó al grupo.
-¿Qué quieren aquí? Era un sujeto inmenso. Un gigante. Estaba armado con un viejo trabuco naranjero. El ruso Salzman tuvo ánimo para contestar.
- Quédese tranquilo, maestro. Venimos a ver a Isabel.
- Aquí no hay nadie - dijo el gigante -. Y váyanse, a ver si no les meto un perdigón en el balero.
Mandeb metió la mano en el bolsillo y sacó trabajosamente la herradura de plata.
- Tome, tome. Esto le va a interesar. El gigante tomó la herradura y la examinó con cuidado.
- Usted puede pasar - dijo mirando a Mandeb -. Los otros se rajan.
- Los señores vienen conmigo. Yo me hago responsable.
- Está bien. Vamos.
Guiados desde atrás por el trabuco, entraron en un pasillo con olor a humedad. Después pasaron a una sala grande y oscura. El gigante los hizo sentar en unos sillones mugrientos. Volvieron a escuchar el piano.
- Esperen aquí quietitos.
El gigante se esfumó. Al rato apareció una figura que ocultaba su cara con una gorra de enorme visera. Sin decir nada los guió por un sinnúmero de pasillos. En uno de los corredores vieron a un perro atado. Gorriti creyó reconocer a uno de los monstruos del yuyal y le acomodó un zapatazo brutal. El animal lanzó un horrible aullido. El hombre de la gorra no dijo nada. Durante todo el trayecto los incomodaba un hedor pestilente.
- Qué olor a podrido...
- A mí me resulta familiar. Salzman tuvo una revelación. Con la mayor rapidez arrancó la gorra del guía.
- Miren a quién tenemos aquí... Era el Narrador sucio, el llamado Letrina.
-¿Qué hace usted en este lugar?
- Ya lo ve. Estoy terminando de contar una historia.
Al final del último pasillo había una puerta roja. El roñoso la abrió con una llave enorme.
- Adelante.
Entraron en una habitación llena de tapices y cortinados. En el centro había una cama inmensa. Los hombres de Flores se acomodaron en unas banquetas forradas en terciopelo. El Narrador los dejó solos. Gorriti convidó cigarrillos. Esperaron un rato en silencio, concentrados en sus heridas y en sus dolores. Ya habían dejado de fumar, cuando apareció una mujer espléndida.
-¡Isabel! - gritó el ruso Salzman -. Miren... miren qué mina. Era en realidad una hembra notable.
- No soy Isabel - confesó -. Apenas soy Ivette.
-¿Dónde está Isabel? - preguntó Mandeb.
- Ya vendrá, ya vendrá. Depende de ustedes. Presten atención.
La mujer adelantó sus manos y con elegancia recitó:
- Miren mis manos. Dicen que una de ellas es la salud y cura las heridas. Quien la roce tendrá valor y fuerza en todos los momentos de su vida. La otra mano es la peste y quien la toque padecerá tormentos y dolores. Ahora hay que elegir: no se equivoquen. ¿Quién se atreve a arriesgar? Jueguen, señores.
Castagnino se levantó y besó la mano derecha. Los hombres de Flores sintieron un extraño bienestar y las mordeduras desaparecieron en ese mismo instante. La mujer tiró de una cinta y su vestido se abrió.
- Miren mis pechos: son como dos lunas que de otras brindan pálida noticia. Uno es la buena suerte y da fortuna por siete años al que lo acaricia. El otro es la desgracia, ya lo saben. Tocarlo es desacierto y es derrota. Vamos, señores, que en sus manos caben la sombra y la ventura. ¿Quién se anota?
Jorge Allen se adelantó temblando. Dudó un instante y luego acarició suavemente el pecho izquierdo de Ivette.
- Acertó también el poeta.
Hubo una pequeña ovación. Los amigos se abrazaron. Ivette volvió a recitar:
- Ahora les digo: miren mis mejillas - Y aquí es donde se empieza a jugar fuerte - Se puede besar una, que es la vida... se puede besar otra, que es la muerte. Manuel Mandeb se levantó rápidamente. Se acercó a Ivette y le puso las manos sobre las mejillas. Entonces recitó:
- Nadie vaya a copar. A mí me toca. Yo soy el que ha venido para eso. El jugador que apostará en tu boca a la vida y la muerte con un beso. Y la besó.
- Vamos, Ivette - dijo Manuel tiernamente -, Isabel espera.
Ivette lo miró con cierta melancolía. Se cerró el vestido y se fue para siempre.
Los Hombres del Ángel Gris quedaron solos de nuevo. Otra vez volvió a escucharse el piano. Una cortina se descorrió y apareció Isabel. Todos temblaron. Todos supieron que era ella. Manuel Mandeb lloró de emoción o tal vez de alarma: los ojos de aquella mujer conocían - lo supo enseguida - toda su vida. Ahora no tenía ninguna duda: el elegido era él. Isabel fue directamente hacia el pensador de Flores.
- Será un momento nada más - anunció.
- No importa.
- Tus amigos deben irse.
- Mis amigos se quedan. Han sufrido mucho para llegar aquí.
- Está bien... todos merecen el don. Pero no sé si enseñando mis pechos no los haré más desgraciados.
- Más vale ser sabio que dichoso... ¡A ver esas tetas!...
La mujer caminó hacia el centro de la habitación. Mandeb miraba ansioso. Isabel lo llamó. Lo besó en la frente y observándolo con aquellos ojos que lo sabían todo, le acarició la cabeza.
- Pobrecito...
Después, lentamente fue desabotonándose la camisa. Los hombres de Flores temblaban. Los pechos fueron apareciendo de a poco, como lunas de verano, como soles en el mar. En un amanecer de tetas saltó el último botón. En ese momento, Mandeb comprendió que algo terrible iba a ocurrir y trató de detenerla. Pero ya era tarde: las Tetas de Devoto estaban desnudas y brillantes como estrellas. Pero fueron estrellas fugaces. Por un instante los hombres sintierons un dolor dulce, como una puñalada de felicidad. Pero enseguida, un segundo después, como palomás heridas, las Tetas se marchitaron y cayeron. La hembra fantástica envejeció de golpe y se convirtió en la vieja que habían visto antes. Las arugas brotaron en la piel y las piernas se arquearon. La sonrisa piadosa fue una risotada de burla. Pero peor fue lo que ocurrió con los ojos. Aquellos ojos lo sabían todo, pero ya no les importaba nada. La habitación se llenó de un vapor oloroso. Por una puerta aparecieron unos sujetos atléticos con la piel untada de aceite y armados con enormes cuchillos. Gritaban o quizá cantaban en una lengua desconocida. La vieja empezó una danza repugnante, moviéndose con lujuria y agitando las piernas surcadas de venas moradas. Los hombres armados, sin dejar de gritar, se fueron acercando a los hombres de Flores. Uno de ellos desgarró la camisa de Mandeb y trató de besarlo en el hombro. El pensador retrocedió rápidamente y soltó una voz de mando firme y decidida.
- Rajemos.
Castagnino apenas pudo esquivar a la vieja que le mostraba una lengua de color violeta. Los amigos huyeron por los corredores. El Narrador de Historias trató de cerrarles el paso, pero no lo consiguió. Por suerte, el gigante no apareció. Cuando llegaron al yuyal, los cinco muchachos vieron que ya nadie los perseguía. De todas maneras, siguieron a la gran carrera mientras saltaban los fierros, oyeron el piano que seguía tocando "Lágrimás y sonrisas".
Siempre corriendo cruzaron Villa Devoto y llegaron medio muertos a Floresta. Con los ojos llenos de lágrimás siguieron caminando en silencio hasta Flores. Sin hablar, se fueron separando. Castagnino tomó un taxi hasta Palermo. Gorriti se subió al 53 para ir a Caseros. Salzman se despidió en la puerta de su casa. En la esquina de Artigas y Aranguren, Jorge Allen le dijo al pensador:
- Por un momento creí que de verdad íbamos a conocer el Gran Secreto... y me aterroricé.
- Quién sabe - contestó Manuel Mandeb -. Yo tengo miedo de que realmente lo hayamos conocido.
lunes, 10 de agosto de 2009
LA LOCA DE MIERDA
Les adelanto algo para que se enganchen pero no dejen de pasar por el blog que lleva el nombre de la protagonista, autodenominada "LA LOCA DE MIERDA".
viernes, 7 de agosto de 2009
jueves, 30 de julio de 2009
TODOS LOS FUEGOS EL FUEGO
Amores y pasiones, traición, deseos, concretados o no, incluso muerte y tragedia. Cientos de años y culturas separan dos historias que, en ocasiones, este texto une con tan solo una coma o incluso menos.
JULIO CORTAZAR