martes, 28 de octubre de 2008

DE LA SOLEDAD, AUSENCIAS Y AUSENTES.

Esa tarde el aire se sentía pesado y sombrío, volví a casa de mi madre a dejarle sus remedios que compre cuando volvía de la facultad. Escuche en el colectivo que en Buenos Aires había problemas. No quise saber mas.
Eran los primeros días de otoño y ya añoraba las tardes de verano que paseábamos en bicicleta, en esas expediciones por la ciudad, buscando el “mejor rincón para leer del mundo”, que le llamábamos así a pesar de que nuestras travesías no iban mas allá de 10 manzanas de radio. El sol del verano abrigaba nuestras largas horas de silencio y lecturas. A pesar de eso sentía que estábamos tan comunicados, aunque no dijéramos una palabra durante horas. Tu respiración generaba un ritmo que me llevaba a un estado somnoliento que a la vez me introducía en cada historia de una manera fantástica; fui testigo de la profunda charla de la Rosa con el niño de Saint Exupery y cada una de sus aventuras fueron mías, vi caer a Livraga y sus compañeros en ese terreno baldío de José León Suárez, sintiéndome cómplice de esa matanza pero tan feliz e impotente a la vez, al verlo huir, malherido y aterrorizado, para poder hacer conocer su historia.
Anoche hicimos lo que en tantas otras: escuchamos el radioteatro* y después me mostraste tu nuevo disco de jazz. Siempre decías “quien entiende el jazz entiende la vida” y así aprendí por vos a leer tus partituras como si fueran cartas amarillas y polvorientas, cartas de amigos que ya no están, nostálgicos amigos con nuevas vidas en lugares alejados de su tierra. Esa noche, mientras me contabas sobre una novela de uno de tus autores preferidos, lloramos juntos, el fuego perdía vigor y nuestro amigo George Orwell, con su visión de un futuro lejano para el y para nosotros tan próximo, había abandonado la habitación.
Te espere esa noche. Cenamos y no venias. Encendimos la radio, lo que no quise oír en el colectivo se me presento de repente, una voz oficial decía como tantas otra veces; "Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones". No venias.
Hubo otro comunicado oficial, mi almuerzo en el comedor universitario lo guarde para llevar a casa, como siempre hacia, para comer con mamá. Volví temprano, la Argentina de Menotti le ganó a Polonia por dos a uno, llegaste. Abatido me dijiste las mas dulces y duras palabras. Fueron los mejores y mas dolorosos minutos de mi vida. Ya el olor a ginebra y cigarrillo que tanto odiaba se hacia perfume de nostalgia, aun me abrazabas, te llevaste todos tus regalos, quemamos todas nuestras fotos. Odiabas las despedidas.
Hoy me abrazan las ramas de un árbol que elegimos, en un parque al final de una avenida con nombre de general. La culpa se acumula a medida que reviso las pertenencias que llegaron de un desconocido. Veo tu pasaporte, sellos de entrada y salida me dicen que no bajaste los brazos, que no abandonaste la lucha. La tierra de la que huyeron nuestros abuelos muchas veces te dieron cobijo. Me hago cargo de cartas sin destinatario, sabiendo que solo lo hacías por protección. Tampoco tienen remitente. En particular me llamo la atención una, la ultima, hacia mucho que no escribías. Este párrafo me conmovió y me lleno de culpa: “... extrañamente ese medio día almorzamos carne, nos dieron ropas limpias, caminamos mucho sin salir del edificio, subimos a un camión sin luz. Pasamos la noche ahí viajando, y de madrugada entramos a otro edificio, el olor a río me era muy familiar. Las voces y cantos eran cada vez mas potentes y cercanos, la felicidad de tanta gente desbordaba las paredes. Nos ordenaron nos quitáramos las capuchas. Salimos del pequeño cuarto en que estábamos y vi que éramos cerca de cien hombres. Escuche de un cabo que no éramos los únicos. Estábamos en el principio de uno de los partidos del mundial de fútbol, salimos a un balcón en el estadio, reconocí el lugar. Rosario. El celeste y blanco del cielo que vio crear la bandera se confundía con los miles de fanáticos, abrumando las banderas peruanas. La alegría era desbordante, sin embargo había algo que hacia que no pudiera contagiarme, reconocí el mismo sentimiento en mis compañeros, solo escuchábamos. Hace mas de tres meses en los que cada noche pienso en que quiero morir, hace tres meses que reafirmo mi lucha por la libertad, hace tres meses que lo único que me mantiene vivo es la esperanza de saber que alguien nos esta buscando, que alguien nos va a salvar, que se preguntan donde estamos. Hoy vi que no es así, que hay tantas cosas mas importantes, que la lucha es en vano. La euforia de miles me desgarra. Quiero volver al suelo frió y mojado de mi celda donde las ratas ya eran amables, las cuarenta mil personas que veía me daban la espalda, me dejaron solo, caminaba entre muertos. Yo estaba muerto ...”.
En su ultima carta no me mencionaba, odiaba las despedidas.

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